“El sol y la luna como alegoría de la vida flamenca y el verde de los trigales, a los que tanto cantaba mi abuelo, están presentes en el cartel anunciador del festival”
Nieto de Sebastián Escudero, fundador del Festival Internacional de Cante Flamenco de Lo Ferro en el año 1980, Sebastián Escudero Ortega (Roldán, 1999) ha pasado toda su niñez correteando por la Peña Flamenca “Melón de Oro” y el reciento veraniego del festival mientras los ayeos y quejíos de los mejores artistas flamencos de este país iluminaban su infancia y la noche ferreña. Ese grito que, para él por entonces pasaba desapercibido, fue creciendo en su interior y ha ido forjando su forma de ver la vida y el arte. El flamenco, latente en su casa se ha colado de lleno en el presente y futuro de este joven artista que ha creado la obra de la 42ª edición del festival que nació en las entrañas de su familia. Estamos seguros que en el cielo Sebastián estará entonando los cantes que tanto le gustaban y que con tanto cariño recuerda su nieto mientras disfruta de un legado que no deja de crecer año a año. Lo Ferro, cuadragésimo segunda edición con un Escudero poniendo el alma a su cartel anunciador.
¿Qué siente un nieto de Sebastián Escudero, además llamándose también Sebastián Escudero, al ser el autor del cartel del Festival de Lo Ferro?
En pocas palabras, me complace y aterra. Como tocayo de mi propio abuelo, así como de mi padre, siento formar parte de su legado cultural, obviando un poco el sentido patriarcal que también subyace en heredar el nombre del pater. Mi abuelo Sebastián dedicó tiempo, energía y pasión en la construcción y consagración del festival a un nivel internacional desde lo local. De la misma manera, mi familia siempre ha estado involucrada en otras cuestiones como la educación pública en términos municipales. De esta estela me considero deudor, de todo ese influjo ideológico que parte, en gran medida, del sentido común, de lo social y del buen hacer y que pone en valor el potencial de la cultura y la enseñanza. Sin embargo, me considero un nieto más de los trece que somos. Supongo que me tocó Sebas porque a mis abuelos se les acababan los nombres. Cabe añadir como anécdota que mi abuelo bromeaba con que yo fuese cura - nótese mi escaso éxito como ligón adolescente -, y nunca supo de mi decisión de estudiar Bellas Artes, aunque no niego que guarde relación una cosa con la otra y aún se conserva un retrato que le dibuje de niño en la servilleta de un bar.
¿De qué forma te ha podido influir como persona y artista crecer en una familia flamenca y que tu abuelo haya sido el alma mater de un festival con 42 años de historia? ¿Cómo ha influido eso a nivel personal? ¿Y a nivel profesional? ¿Ha tenido alguna influencia?
De pequeño concebía el festival como una actividad obligada, siempre presente en mi calendario como un prolegómeno del verano, supongo que como el resto de ferreños y roldanenses. No me sentía especial en ese sentido, ni si quiera presumía de mi abuelo o familia ya que entonces no valoraba con las palabras que hoy verbalizo lo que suponía algo así en Lo Ferro, o cómo ha evolucionado en sus 42 años. Sin embargo, mi familia es muy popular, “Los Miedosos”. Cuando me
decían miedoso por la calle, a veces me asustaba y me preguntaba “¿cómo lo saben?” -dicen que por los andares lentos y espatarrados, como patos. Tras la muerte de mi abuelo, su discurso se hizo más presente en mi entorno, o quizás tan solo mis oídos se agudizaron con el tiempo. Es probable que fuese entonces cuando me empezase a interesar el flamenco, pero como cualquier género musical.
Siempre se ha de ser permeable y era una perfecta edad para serlo. Durante la carrera en Valencia fue progresivamente más notable, quizás la morriña que origina alejarse del hogar. Respecto a mi obra, creo que es prematuro y pretencioso hablar de ello, pero sí que el flamenco, como actitud, me ha influido mucho a la hora de operar, de erigir un discurso, de mi forma de vestir y afeitarme, pelo largo con patillas y pendientes, mis poses toreras, de hablar alto o gritando, de ser un tanto rebelde, pero también cordial y en mi sitio. En definitiva, el flamenco me dio libertad y voz propia, con modales, aunque admito que también me dejo influir por muchas cosas. Como escribió el Niño de Elche, si hay algo que detesto es a un músico que no ve más allá de su instrumento.
¿En qué te has inspirado para hacer el cartel anunciador del festival? ¿Hay algo de otros artistas que previamente han hecho obras sobre este arte? ¿Qué has querido expresar con la obra del cartel del Festival de Lo Ferro 2022?
Barajé muchas ideas antes de llegar al cartel definitivo, desde una solución más abstracta a una figuración muy conceptual. Me plantee incluso la idea de pintar sobre fotografías, como el fantástico fotosaurio que Carlos Saura presenta para el Cante de las Minas o el que hizo Eduardo Arroyo para la Mar de Músicas. Me hubiese gustado homenajear de alguna manera a René Robert, un fotógrafo flamenco que falleció por hipotermia en mitad de una calle parisina hace solo unos meses, pero me pareció pecar de oportunismo. Fui pintando y simplemente llegué donde llegué, decantándome por una imagen más democrática, algo que la gente pudiese ver, entender y hasta disfrutar sin saber mucho de pintura. Sin embargo, quedan trazos en el suelo de mi estudio que, como pinceladas ensayadas, daban mucho juego también.
El cartel que se presenta es, de hecho, uno de tantos bocetos que culminó en obra. No escuché música mientras lo hacía, no caí en la cuenta, simplemente sucedió. Encontré buceando en internet una fotografía de las manos de Camarón de la Isla llevando el compás, figura clave para la apertura e internacionalización del flamenco, casi beatificada. Las palmas flamencas son el instrumento más
barato y accesible, muy sugerente si apreciamos como su morfología, de la propia palabra y la sombra chinesca que proyectan, así como su sonido perdido en el aire, las asemejaban al aleteo de las palomas, símbolo antonomástico de la paz y la libertad.
Paradójicamente a ese vuelo, las manos son de piedra, una dureza ligada al campo, a la historia agropecuaria y fundacional de Lo Ferro, un pueblo formado por jornaleros inmigrantes, personas que vivían de sus manos, de la cebada, el trigo, la trilla... en torno al molino. Con el contrastado colorido y etéreo del fondo pretendí traducir a gestos pictóricos la música, tacto y baile flamenco, una suerte de sinestesia improvisada influenciada por una conversación que tuve semanas antes con el pintor murciano Ricardo Escavy. También vemos un sol y una luna que aluden a la puesta en escena descubierta, al aire libre, del festival y a la noche como alegoría flamenca al igual que esos dedos azules que acarician el cielo o ese verde de los trigales a los que tanto cantaba mi abuelo.
¿En qué te basas para pintar? ¿Quienes son tus fuentes, de quien has bebido? ¿Qué tipo de arte y que artistas te gustan?
En los últimos años de carrera entré en contacto con Paco de la Torre, pintor almeriense, docente y amigo que tutorizó mi trabajo final de grado y que me invitó a escribir un texto para su más reciente exposición en la galería madrileña My Name Is Lolita. Por entonces, ya se iba cociendo mi interés por artistas sevillanos como Rubén Guerrero, Miki Leal, Ana Barriga, José Miguel Pereñíguez o Luis Gordillo, cuyos trabajos parten de una rigurosa ortodoxia academicista fomentada por la Facultad de Sevilla, una basta tradición pictórica y sacra y un entendimiento casi enciclopédico de la historia del arte.
De la Torre fue decisivo para mi comprensión y adopción de parte de la figuración postconceptual de los noventa y dos mil, que incluye a Ángel Mateo Charris o Gonzalo Sicre, y de mi decantación hacia la pintura como medio lento predilecto, una decisión en la que, en mayor medida, me alentó Constancio Collado y mis círculos de amigos.
¿Hacia dónde te vas a dirigir, hacia donde va a ir la obra de Sebastián Escudero en su futuro a medio y largo plazo? ¿Qué tienes pensado hacer con tu carrera a nivel profesional, artístico y pictórico?
El arte no es pintar cuadros igual que el flamenco no lo entiendo como bailar o hacer música. Como decía antes, es ante todo una actitud, un evento a veces inesperado o incorpóreo, y no necesariamente algo sacrificial que hace que la boca te sepa a sangre. En mi concreto caso, no me considero artista, atendiendo a sus connotaciones. Considero que soy un agente cultural más, alguien que hace lo que puede, a veces en calidad de diseñador como de gestor cultural, historiador, educador o escritor. A todos los niveles en la actualidad, dirijo mi actividad hacia proyectos artísticos participativos, como un taller que autogestiono desde el año pasado o intentos de colectivos, mientras continuo mi formación académica como infatigable estudiante. Mientras tanto, pinto, dibujo, a veces leo, a veces escribo, realizo encargos, participo en certámenes, como uno estos días en Toledo, o no hago nada, que también está bien. Una lacra que arrastro desde que empecé es esa noción precaria que sufren el arte y las humanidades, el vilipendio y denostación generalizado que reciben carreras como la mía, síntomas de una patente
carencia educacional y social en eterno combate. Sin embargo, atender a que esa falta de destino o estabilidad, cuestionamiento y duda, hacen que uno se vaya por las ramas, diversifique, sea crítico y toque muchos palos, además de experimentar la etapa formativa como una constante y la obra como algo circunstancialmente propio, independiente y libre, a diferencia de otros caminos más acotados y seguros. El arte es lo que nos mueve a vivir, embelleciendo nuestro tránsito por el mundo y poblando nuestro pensamiento. En resumen, citando a Goya, aun aprendo y ese es mi plan de futuro.
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